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Volvió el teatro: tres obras para ver en El Séptimo Fuego

En medio de la calle desierta, una luz que convoca. Iluminada por el amarillo cálido que emana del interior del histórico lugar marplatense de reunión cultural independiente, una pizarra negra en donde se lee, con letras festivas, volvió el teatro junto a los distintos flyers de las obras que se presentan, de lunes a lunes, en el lugar. 

Un paso hacia adentro y la primera parada obligatoria. Trapo de piso con sanitizante, control de temperatura y alcohol en gel. Todes les que estamos ahí sabemos que nuestra cita comienza antes del horario que anuncia la entrada porque el protocolo es uno de los invitados de lujo de esa -y todas- las noches de teatro en esta nueva normalidad que nos invita a llenar declaraciones juradas en la previa a que se enciendan las luces sobre el escenario. 

Sin embargo, el protocolo no le quita la magia al evento. Por el contrario, la emoción y la energía abrasadora se gestan por sí solas en las miradas que asoman, ansiosas y expectantes, por encima de los barbijos que respetan la distancia social a la espera de la apertura de la sala. 

Entre bibliotecas plagadas de historia y teatro, mesas que reúnen a amigues alrededor de bebidas y comidas gestadas en el propio lugar, y la botánica que llena todos los recovecos del patio que actúa de antesala, El Séptimo Fuego nos da la bienvenida a una nueva velada de arte, encuentro y militancia.

Kassandra

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Nos recibe una sala con luces rojas muy tenues, dividida en burbujas ubicadas en semicírculo. En cada burbuja, una cantidad de sillas estipulada con anterioridad -a partir de los grupos familiares concurrentes a esa función. Copas con distintas bebidas y cazuelitas con comida van ocupando los espacios vacíos de las mesas. Melodías similares a las de Moulin Rouge musicalizan el ambiente. En el centro del semicírculo, Kassandra. Con una copa de vino en su mano derecha y una caja de cigarrillos en la izquierda, posa su mirada sobre distintxs espectadorxs, alternando no azarosamente, eligiendo de forma alternada con quién dialogar. A algunxs les ofrece tabaco, a otrxs les pregunta si la conocen. A todxs les responde con sonrisas. Una vez completa la sala -reducida al treinta por ciento de su capacidad habitual según los protocolos establecidos- la protagonista inicia su presentación. Una presentación que durará alrededor de una hora, rompiendo todas las estructuras que rodean al mítico personaje griego -tal y como lo conocemos a partir de las versiones literarias de antaño- que se destacaba por adivinar el futuro y era considerada poco cuerda, además de incomprendida. Así, con recursos típicos de nuestro siglo, tales como revistas que parecen ser del ámbito del periodismo de espectáculos o bien su teléfono celular en donde suenan canciones de nuestro tiempo a la par que llegan sucesivas llamadas y mensajes de whatsapp, Kassandra contará su propia versión de los hechos, interactuando continuamente con el público, utilizando el inglés de la forma más clara posible para hacerse entender, y posicionándose como una mujer trans exiliada que se dedica al trabajo sexual, y que tiene como objetivo desmitificar la locura que le atribuyeron los hombres que la rodearon a lo largo de su vida, mientras denuncia la amplia gama de violencias a las que fue históricamente sometida. Una reversión tragicómica de la antigüedad grecorromana, narrando desde una perspectiva actual la famosa Guerra de Troya y el valor asignado a ciertas mujeres en ese contexto de supremacía de dioses y guerreros masculinos, mediante un lenguaje libre de tabúes que nos deja tres mensajes claros: los hechos históricos no siempre son como se nos cuentan; el mundo es una tragedia, pero existe lo funny de Bugs Bunny; y the real horse of Troy was the dick of Agamenón.  

La autoría de la obra pertenece a Sergio Blanco, está dirigida por Marcos Moyano y Viviana Ruiz, cuenta con la asistencia de Belén Ribero y Delfina Calderón, y es protagonizada por Marcos Moyano.

Pitt y Sball en el invernadero occidental de la casa de cura

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El reloj marca las 21.30 hs. Ya todxs hemos pasado el control de temperatura y sintomatología. Todxs, también, emanamos aroma a alcohol tras habernos rociado repetidas veces las manos, las ropas, las mochilas. Sin embargo, un enfermero irrumpe en la sala de espera del centro cultural con mascarilla reglamentaria, traje médico descartable cubriendo su cuerpo de pies a cabeza, atomizador y planilla entre manos. Nos pregunta si estamos desinfectadxs -cuestión importante en tiempos de pandemia y en medio de la construcción de espacios seguros donde compartirse- y pide nuestra aprobación para realizarnos una breve encuesta. Ante nuestra respuesta afirmativa, procede a preguntar: ¿te considerás normal, locx u otrx? ¿Qué parámetros utilizás para esbozar la contestación? ¿Por qué elegiste esa respuesta? El cuestionamiento se instala en el ambiente, así como cada unx de nosotrxs sabe que ya se encuentra inmersx en el espacio ficticio de un psiquiátrico o, mejor dicho, en el invernadero occidental de la casa de cura en donde conoceremos a Pitt y Sball. La interacción termina con la entrada a la sala, que exhibe a ambos sujetos siendo pintados por el mismo enfermero con pintura blanca -que se esparce por sus caras, sus pieles, sus calzoncillos- y se da así inicio a una puesta en escena sumamente subjetiva de los pacientes que, desde su supuesta falta de sentido común, pondrán en jaque un sinfín de estereotipos y prejuicios alrededor del sistema de salud mental, rebelándose contra la institución de la que forman parte, a la vez que nos harán reflexionar sobre la construcción de las estructuras que determinan, en gran medida, nuestro sistema político, social, económico y cultural. Una obra que nos invade de preguntas, desde el inicio hasta el final, instalando en nosotrxs la duda como disparadora del cuestionamiento y la crítica. ¿Se ven acaso los pacientes psiquiátricos como objetos a exhibir, analizar y juzgar como si se trataran de obras de arte en un museo? ¿Son el blanco fácil de prejuicios y discriminación por salirse de las normas establecidas por los sectores dominantes y de poder que todo lo determinan y categorizan? ¿Qué tan dirigido está nuestro discurso y nuestra visión de la realidad, aunque no seamos conscientes de ello? ¿Qué tanto hemos tenido que resignar de la infancia, la fantasía y la inocencia para encajar en el prototipo de la seriedad de la adultez? ¿Quién determina el sentido común? ¿Dónde radica la verdadera falta de sentido? ¿Quiénes son lxs locxs y quiénes lxs normales en este manicomio global?

La autoría de la obra pertenece a Renzo Casali, está dirigida por Marcos Moyano, y es protagonizada por Leandro Fernández Strifezza y Pablo Casagrande.

Magdalena

La imagen puede contener: 1 persona, bailando, texto que dice "Lucha por Magdalena Autoria, Dirección "¿Nos pasará mismo todas tonterías ocurren mi?" años Magdalena despierta, y Puesta en Escena: contra nandatos sociales marido infiel. Mauro Molina derecho irrenunciable Atravesada por contradicciones, dudas, miedos deseos busca la libertad. Miércoles hs. 21.30 Fuego El Séptimo Bolivar 3675 Tercia Con Valeuia Festivales Nacionales Internacionales Uruguay, Panamá, Nominado Estrella de Mar Unipersonal Dramático. Chile, Brasil Argentina. Mejor actriz Festival Nacional Jeatro de Cámara Gral. Belgrano."

Nos ubicamos en las butacas al compás de distintos boleros. Entre una mesa que sirve de apoyo a una radio antigua, proyectores que más tarde exhibirán fotografías y pinturas, y una pequeña planta que se apoda igual que la protagonista, Magdalena danza con sus zapatos de taco fino sobre patines de crochet. Tanto el escenario, como su vestido turquesa y la permanente pronunciada que se luce en su cabello, nos sumergen en los años 50. Sentada junto a la mesa, bajo una luz tenue que la destaca en el centro de la escena, la mujer posa su mirada en el horizonte imaginario de sus propios pensamientos y plasma en su diario íntimo -así como lo ha hecho en sucesivos papeles que yacen ahora pegados bajo la mesa- sus reflexiones alrededor de su rol de esposa y los mandatos que sus ancestras le han inculcado. Se genera, así, una tensión entre lo que desea y lo que la sociedad le indica que debe ser y hacer, desplazándola por distintos estados anímicos que evidencian esa lucha interna por liberarse de las presiones y los discursos instaurados desde su infancia, en pos de emprender una búsqueda por los senderos de sus propios gustos e intenciones. Despliega, entonces, un cúmulo exorbitante de mandamientos, con raíces en “La guía de la buena esposa” que, además de determinar su relación con Pablo, su marido, desdibujan su propia identidad con cada minuto que pasa siendo esposa, y no ella misma. Los gestos en su rostro, dignos de cualquier publicidad que tenga como fin develar el secreto del fácil acceso a la felicidad, se alternan con las muecas de cansancio e insatisfacción tras haber consagrado su vida al servicio de un otro, como cada una de las mujeres de su familia, cumpliendo con las normativas del matrimonio y el cuidado de la casa. La necesidad de liberarse de tanta receta aprendida de memoria, repetida hasta el cansancio con el correr de los años, y metaforizada en la planta que se deshoja y la magdalena con la que se deleita hacia el final de la puesta en escena, la llevan a buscar su valija y tomar una decisión. Se da paso, en ese instante, al cambio de postura corporal, de lenguaje, de aspecto, de actitud. Se da inicio a su renacimiento. Otra obra que nos deja con el cuestionamiento crítico entre manos, transformándose en aplauso como cierre del unipersonal, pero no de la reflexión sobre las normas establecidas que dominaron la vida de tantas mujeres hasta un pasado bastante cercano a nuestros días, y que hoy, constantemente, nos interpelan en su convocatoria a la deconstrucción en medio de la nueva ola revolucionaria feminista.

La autoría y dirección de la obra pertenece a Mauro Molina y está protagonizada por Valeria Tercia.

Para acceder a la programación semanal completa de El séptimo fuego, clic acá.

Autor

Vanina Gerez

Estudiante del Profesorado en Letras. Escritora.

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