En 2020, el cine coreano fue la verdadera revelación de los Premios Oscar. La multipremiada Parasite logró seis nominaciones y se fue a casa con cuatro galardones, incluido el de mejor película extranjera. Este año, la nonagésima tercera edición de los Premios de la Academia contó con la participación de Minari en representación de Corea del Sur.
El film ya había sido premiado con anterioridad en diversos festivales internacionales, incluido el Sundance Film Festival en donde Lee Isaac Chung, guionista y director, recibió tanto el premio del jurado, como el del público. En la ceremonia del 25 de abril, Minari se encontraba entre las candidatas a mejor película, mejor guion original, mejor director, mejor banda sonora y mejor actor, por el protagónico masculino de Steven Yeun. No obstante, la cinta producida por Brad Pitt solo fue elegida en una de las seis categorías a las cuales estaba nominada: mejor actriz de reparto. De esta manera, Youn Yuh-Jung se convirtió en la primera actriz de origen coreano en recibir tal distinción en los Oscar.
En sus 115 minutos de duración, Minari recorre la vida de una familia surcoreana que, en los años ochenta, decide asentarse en una zona rural de Arkansas para dedicarse a la producción agrícola. Con ciertas reminiscencias a la biografía de su director y guionista, el largometraje recupera las condiciones políticas, económicas y sociales que movilizaron a cientos de miles de surcoreanos a emigrar a Estados Unidos en las décadas posteriores a la Guerra de Corea. Sin embargo, a pesar de trasladarse al país norteamericano con la esperanza de una mejora en su calidad de vida, la familia Yi solo encuentra deudas, conflictos familiares y condiciones laborales precarias.
Al mismo tiempo que se explora la vida estadounidense se muestra el contraste entre las expectativas de los migrantes asiáticos y la realidad que se encuentran al arribar a la potencia americana. En efecto, las esperanzas de los protagonistas no tardarán en frustrarse al ver las dificultades económicas y sociales que se les presentan. Minari se constituye como una lectura invertida del llamado «american dream» o «sueño americano» en el cual Estados Unidos suele idealizarse como tierra de promesas y oportunidades infinitas.

La temática inmigratoria se trabaja de forma profunda y detallada en el film. Minari contrasta la mirada de dos generaciones diferentes de inmigrantes: por un lado, Mónica y Jacob, quienes han nacido, crecido y vivido su juventud en Corea y llegan al sureste de Estados Unidos huyendo de la falta de oportunidades en su tierra natal; y, por el otro, sus hijos, Anne y David, que han vivido muy poco tiempo en el país asiático o incluso han nacido en el continente americano, como es el caso de este último. A ellos la cultura y los consumos occidentales no les parecen tan extraños como a sus padres y prefieren tomar Mountain Dew en lugar de infusiones tradicionales coreanas. La mirada infantil ante el descubrimiento de la cultura de sus padres y su abuela, recientemente llegada a Arkansas, produce escenas absurdas y extremadamente cómicas. De esta forma, Minari logra arrancarnos algunas sonrisas en el medio de la desesperada búsqueda de progreso y mejora económica que encarnan Jacob y Mónica.
El film se transforma así en una gran metáfora de resistencia y resiliencia. De hecho, el título elegido se vincula fuertemente con este mensaje, al mismo tiempo que remite a las raíces de la cultura coreana. El minari, también conocido como apio de agua, es un vegetal popular en la cocina asiática que se caracteriza por desarrollarse incluso en los climas más adversos. Además, en caso de que su cosecha se seque, siempre vuelve a crecer más fuerte que antes. Algo similar sucede en el largometraje que lleva su nombre: los personajes, a pesar de los infortunios, la enfermedad, las pérdidas materiales y los conflictos intrafamiliares logran mantenerse en pie.
Los últimos minutos de Minari concentran la mayor carga dramática de todo el guion. Un revés inesperado nos sorprende con la guardia baja y nos mantiene en vilo hasta el final. Con un desenlace abierto, el cine coreano vuelve otra vez a sorprendernos, dejando a nuestra imaginación el porvenir de los personajes y recalcando la inagotable perseverancia de la familia Yi, firme e inquebrantable como la planta del minari.
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