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Tengo miedo, torero: tras la huella de Lemebel

Pedro Lemebel es una de las figuras más representativas del arte chileno y uno de los principales referentes del movimiento LGBT+ latinoamericano. Escritor, poeta, performer, marica y militante, hizo de sus creaciones un medio para la denuncia y la revolución. Publicó crónicas y antologías, pero una sola novela. Tengo miedo, torero vio la luz en 2001; la historia de una vieja travesti enamorada de un militante marxista no solo se convirtió en uno de los libros más aplaudidos en la trayectoria del poeta, fue además la semilla de un proyecto que tardó años en consolidarse: su adaptación al cine. Rodrigo Sepúlveda (Padre nuestro, Los simuladores), director y guionista chileno, pactó con Lemebel las condiciones en las que debería llevarse a cabo semejante trabajo, pero distintas vicisitudes fueron postergando su concreción. La última y más pesada piedra en el camino fue la muerte de Lemebel en 2015, a causa de un cáncer de laringe que ya venía amenazando durante los años anteriores.

El artista chileno Pedro Lemebel

Sin embargo, el proyecto continuó latiendo. El filme, que lleva el mismo nombre de la novela, fue estrenado finalmente durante el turbulento 2020. Dirigido por Sepúlveda y siguiendo las indicaciones de Lemebel, Tengo miedo, torero tiene lugar en plenos años ochenta, durante la dictadura de Augusto Pinochet, y teje la historia de “la loca del frente”, encarnada por Alfredo Castro (Neruda, Algunas bestias), quien tras una redada policial conoce a Carlos (Leonardo Ortizgris, Museo), joven mexicano y guerrillero. “La loca del frente” trabaja como costurera en la vieja y deshecha casa que alquila en algún barrio olvidado de Santiago de Chile. Ahí cose y borda finos manteles para las esposas de los militares, lava ropa, escucha boleros, se calza sus medias finas y esconde, al principio sin saberlo, las armas con las que Carlos y sus compañeres ejecutarán el atentado a Pinochet del 7 de septiembre de 1986.

Carlos y “la loca” se frecuentan, se ríen, conversan y bailan. “Tengo miedo, torero” es la contraseña que utilizan para comunicarse en secreto en tiempos de caos y de miedo. Pero su compleja y ambigua relación, que por momentos parece tener sitio únicamente dentro de un plano idealista y fantasioso, pone de manifiesto uno de los cuestionamientos pendientes dentro de los movimientos de izquierda: en la revolución no hay lugar para las maricas y las locas. Sobre este planteo, que era también una denuncia del mismo Lemebel, se traza un relato sensible y necesario sobre las identidades ocultas, relegadas a habitar la clandestinidad de la noche. No por nada la protagonista es anónima: su falta de nombre (o la búsqueda de uno) es un mensaje.

Alfredo Castro como «la loca del frente»

Por cuestiones de tiempo o de estrategia narrativa, la película co-guionada por Sepúlveda y Juan Elías Tovar se separa un poco de la novela y omite algunos datos para centrarse en el vínculo de Carlos y “la loca”, el aparente oportunismo del primero y el enamoramiento de la segunda, dejando en duda la verdadera naturaleza del sentir de cada uno de ellxs. Alfredo Castro, embebido en la ternura de su personaje, es quien se lleva la atención con su “loca del frente” adorable, tan inocente como vivaz y seductora, dolorosamente consciente de la realidad y de los hechos.

Con una banda sonora memorable (nada más y nada menos que a cargo de Pedro Aznar) y una dirección de fotografía (Sergio Armstrong) llena de colores y luces naturales que refugian o exponen a los personajes en igual proporción, Tengo miedo, torero sigue las huellas de Lemebel como si fuera él mismo quien nos habla a través de su “loca del frente”, con la dulzura y la dureza que caracteriza cada una de sus obras, y que le dio viva voz a una comunidad que, aún a día de hoy, es forzada a vivir en la periferia.

Autor

Lucila Acciarressi

Comunicadora y periodista cultural.

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