Los vínculos familiares me remiten a un compromiso tácito. Estamos inmersos en lo que nos toca y la frase hecha de “ la familia no se elige” termina siendo, en el peor de los casos, una resignación. “La aceptás o la dejás” supo confesarme alguien, poniendo en palabras su caso personal. Pero, de igual manera que se muestra en Las siamesas (2020) de Paula Hernández (Rain, Un amor, Los sonámbulos): ¿Qué pasa cuando no hay opción? ¿Y si no es posible alejarse? ¿O si el vínculo no hace más que absorbernos?

El “Stella” de Clota (Rita Cortese) grita necesidad y miedo; es tajante, y existe en función de corroborar que la extensión viva de su cuerpo todavía responde ante ella: su hija Stella (Valeria Lois). El “Stella” continúa demandante, desde la comodidad de la cama y la seguridad -la prisión simbólica-, del espacio-hogar matriarcal y expande todo su peso durante el viaje que emprenden madre e hija para conocer los departamentos que Stella acaba de recibir como herencia de su padre abandónico. La oportunidad de Stella de renunciar al papel de la hija convertida en madre de la suya parece nula desde el primer momento.
Si pienso en viajes de ruta, automáticamente veo paisajes sin la necesidad de estar haciendo uno. Veo tranquilidad, imagino todo lo ameno posible del recorrido. Pobre Stella que no viaja con la misma suerte. Los amoríos que no sean truncos y asomar la cabeza a una posible independencia a través de lo heredado no tienen lugar al lado de la inestabilidad de Clota.
Crecimos con el imaginario de una única construcción materna. Construcción mediante la cual todo lo que habríamos de esperar se desprende de un árbol genealógico de hojas apacibles, ramas lo suficientemente resistentes para contenernos y encontrar las palabras justas y necesarias. Los gestos, las acciones, los silencios y, por sobre todas las cosas, el poder de las palabras de la madre, afiladas más de la cuenta, son la apertura a cicatrices de eterno supurar.

El“¡Stella!” de Rita Cortese se vuelve tiránico y en los ojos de Stella no hay compasión. Su mandíbula tiritante de ese llanto contenido de la niña/adulta que aún continúa siendo, el cual nunca termina de expulsar, carga con toda la resignación y la herida de los conflictos maritales de Clota escupidos en su cara. El tan esperado “Sos una vieja de mierda” en boca de Stella es la lágrima que por fin, tan deseada e incontenible, logra emerger en la oscuridad y en la urgencia de la ruta, lejos de todo lo conocido, lejos del “hogar”.
En Las siamesas, el conocido modelo maternal rompe el molde. Lo vuelve inexistente, da el cachetazo certero a ese vínculo sagrado con lo filial y lo exaspera, lo cuestiona; lo pone en jaque. Y celebro la visibilidad de romper la fantasía idílica familiar. Bienvenido el poner en imagen las complejidades del miedo al transitar la vejez, los fantasmas de la memoria efímera que va invadiendo a quien gane la lotería familiar, y la tarea —que tarde o temprano nos toca la puerta de casa— de afrontar lo real, como hijas o hijos, de la figura materna (o paterna) consumiéndose y, en algunos casos, como en Las siamesas, consumiéndonos con crueldad.
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