-¿por quÉ?
– ¿Por quÉ? Porque podemos…
The stepford wives (1975)
Las casas exuberantes que levantan sus cimientos sobre el pueblo de Stepford funcionan a modo de complemento de las mujeres que las habitan. La elegancia se emana a través de cuerpos blancos con movimientos perfectos y delicadamente calculados, sombreros de capelina en las tardes de verano en pleno cielo abierto y amplios jardines que emulan un cierto goce. El paraíso al alcance de la mano.
Dejando la ciudad de Nueva York a sus espaldas, Johanna Eberhart (Katherine Ross), con un cierto complejo de inseguridad respecto a su desempeño como fotógrafa freelance, además de sus roles de madre y esposa, llega junto a su familia al idílico pueblo de Stepford. Pero lo idílico se torna reticente para nuestra protagonista, quien presenta una mala espina automática ante los modos de vivir y de ser -exasperadamente amables- de sus perfectas vecinas, sus rutinas y la llamativa falta de interés sobre aspectos ajenos a los quehaceres domésticos, olvidándose de sus pasados académicos y profesionales para centrarse en su actual día a día, en donde la única función es el servicio al caballero.
De Stepford lo que alarma e incómoda es su frialdad y la distancia entre los vínculos, a la vez que se construye una afectividad artificial entre sus hombres y «mujeres« -el entrecomillado no hace más que advertir el quid de la cuestión. Un lugar que se encuentra en la búsqueda constante de moldear a las damas a imagen y semejanza de los deseos masculinos, lo que no hace más que poner en evidencia la creación de un modelo preexistente sobre un ideal femenino orquestado a través de la mirada machista.
La feminidad se enmarca entre cuatro paredes en función de un ambiente llamativamente pulcro y recetas de cocina que satisfagan. Existe una ausencia implícita de la relación entre madres e hijos, donde estos últimos pasan a ser parte del decorado en el que se monta la espectacularidad como familia; lo vincular materno/infantil se desplaza en dirección a las necesidades de los patriarcas donde sus mujeres se subordinan a ellos.
En Stepford todo se rige bajo un juego frío y tétrico de apariencias. Lo que está sobre la superficie, a simple vista entre aquello que rodea al ojo humano, consigue camuflarse, jugar a perderse entre lo cotidiano y una vida blanca de ensueño, tal como un empapelado de flora silvestre que esconde entre su naturaleza las figuras de un par de tigres expectantes al acecho.
Lo patriarcal atraviesa toda la construcción del argumento de The Stepford Wives (Bryan Forbes, 1975) no únicamente desde la literalidad, con presencia y permanencia de hombres/maridos en apariencia leales, cálidos y orgullosos del supuesto bienestar de sus perfectos modelos de esposas, sino también al centrar sus bases y operar desde los secretos que constituyen una “Asociación de Hombres” en la que todo se construye a través de su mirada unidireccional sobre la búsqueda de la perfección de estas mujeres. Lo patriarcal, fiel en su representación a través de las figuras masculinas, ejerce una mirada plenamente activa por sobre el rol de la mujer, sus deseos y funciones.
Esta mirada interpela al espectador por cuestiones de contexto social o ideológico, desde el planteamiento de un determinado “placer visual” (Laura Mulvey 1975) donde la mujer es imagen y el hombre, único poseedor de la mirada deseante. Ésta opera detrás de escena, contemplando, analizando y reconfigurando los modelos de mujer, sus palabras y comportamientos, aquello que termina por convertirse en el motor de acción para la protagonista: el rechazo por aquel rol femenino, su impulso por obtener respuestas y la búsqueda por abandonar el falso paraíso.
Pero por más que todo el peso del relato caiga sobre aquella mujer distinta y en función de una representación de la mujer auténtica, está lejos de ubicarla en un lugar de independencia y empoderamiento. El hombre patriarcal aún ejerce el papel de titiritero de la protagonista por más que sea en base a connotaciones negativas, ya que se vuelve la causa por la cual ella debe accionar. La mirada activa de los miembros de la “Asociación de hombres” y del espectador vuelve a caer de lleno en la figura femenina.
Más allá de este placer que adquiere y goza el hombre, se emana cierta amenaza por parte de la mujer y su figura como deseo, amenaza que yace en su carencia fálica. En ese aspecto y para una salida posible, la figura masculina opta por convertir a su contraparte femenina en una que represente algo ajeno a eso que atenta y amenaza contra él, y se transforme en nada menos que un fetiche. Y son las profesiones de los masculinos las que funcionan como canales cruciales mediante los que se pone en marcha la construcción de una maquinaria femenina que las reforme de manera artificial para finalmente abocarlas en el ámbito exclusivamente doméstico y satisfactoriamente marital sexual. Las profesiones y el uso de las mismas en The Stepford Wives son puntuales, están a la vista: la ingeniería informática, la bioquímica, la robótica, el arte. Pero el poder y la responsabilidad de estas no están ni en la dirección ni, mucho menos, en las manos correctas.
Maridos vacíos y esposas artificiales convergen en un falso Edén, en una realidad en constante desbalance donde solo una parte es afectada. Si existe algo genuino en Stepford, se desvanece de la mano de lo heteropatriarcal: su uso y abuso de factores tecnológicos para ejercer la manipulación por sobre la mujer para sus propios deseos y fetiches, para acentuar y evidenciar sus falencias e, irónicamente, la debilidad que cobra pulso de manera implícita ante la presencia de la figura femenina.
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