El viaje de Chihiro es una película dirigida por Hayao Miyazaki (Mi vecino Totoro, La princesa Mononoke) y producida por Studio Ghibli (El castillo en el cielo, El increíble castillo vagabundo). Estrenada en el año 2001, fue un éxito mundial. Y no era para menos: desde la calidad de su animación hasta la facilidad para empatizar con sus personajes cautivaban. No hay una sola parte de ella en la que no nos veamos reflejados, como individuos y como sociedad.
Chihiro Ogino nos es presentada como una caprichosa niña, cuyos padres deciden mudarse. En pleno trayecto, se pierden con su vehículo y acaban cruzando un templo avejentado que, sin saberlo, los transportará a un mundo que no se relaciona con lo material, en el sentido estricto.
Chihiro es caprichosa, sin duda, o por lo menos en un inicio; pero sus padres son el claro ejemplo de las cualidades más naturales del hombre: irrespetuosos de lo ajeno, ignorantes de las necesidades de su hija, etc. Así, mientras ellos terminan comiendo en un puesto feriante, Chihiro comienza a recorrer el lugar y acaba topándose con un personaje que nos llenará, inevitablemente, de cariño: Haku, quien también está cegado por sus propios deseos. El arco de unión de todos los personajes será la casa de baño de la Vieja Yubaba. Un cuasi palacio increíble y lleno de recovecos e historias.
Hayao Miyazaki vino a plantear una idea necesaria: ¿cuánto respetamos las costumbres ajenas y, aún más, cuánto respetamos las propias? Tendremos todo tipo de personajes, inclusive uno “Sin Cara” que acumulará los pesares y las necesidades del resto, y marcará un antes y un después en la película.
¿Por qué Miyazaki eligió a Chihiro? Porque no sobresalía. Dicho en sus propias palabras, se trataba de una niña común y corriente que no tenía nada de distinto al resto. Eso es lo grandioso de su personaje. Trasmuta a lo largo de toda la película. Comienza a valerse por sí misma, a confiar en ella y a entender que su futuro solo puede estar en sus propias manos. ¿Cómo no ver en Chihiro un ícono feminista? Una niña que se redescubre y comprende que es parte de su crianza, por supuesto, pero que se radicará bajo su propia índole.
Miyazaki también coloca ese planteo sobre la mesa para las mujeres de Japón, a las que, en aquel momento, veía subyugadas a un prototipo ideal de belleza, y se plantea que las heroínas no necesitan ser grandes mujeres, grandes bellezas, ni mucho menos adultas. La crítica que hace abarca, también, a la globalización. El mundo espiritual de esta película se ve asfixiado y desarraigado por la maldad y el descuido del hombre al que le falta, sin duda, más de una vuelta de tuerca. No es casualidad el dibujo, el diseño, los paisajes, incluso que todo ocurra en una casa de baño, que se le dé trabajo a una niña en ella, que los espíritus necesiten limpiarse y depurarse de todo lo que tocan los humanos.
Pero no voy a spoilear, no creo que semejante película se merezca eso. Es digna, dignísima. Ver crecer a Chihiro a lo largo de la trama, y comprenderse en su madurez y en su necesidad de mejorar como persona, provoca eso mismo en quienes la rodean.
Concuerdo con Miyazaki: las heroínas no tiene por qué cumplir ningún objetivo, mucho menos serlo. Son sencillamente personas que maduran y que se redescubren en una fuerza que no creían que poseían. También lo dijo Miyazaki, Chihiro no es una heroína; es tan sólo una niña que comprendió lo que deseaba y luchó por eso. Imposible no quererla.
Mirá el tráiler: