Probablemente hayas oído más de una vez la frase «Nunca juzgues a un libro por su portada». Si bien, todxs sabemos que se trata de una expresión metafórica que nos invita a no dejarnos llevar por las primeras impresiones hacia algo o alguien, existe un caso en donde decidieron trasladar el dicho a su máxima expresión. Hace tan solo unos meses, en las vidrieras y los estantes de las librerías apareció un libro cuyos paratextos están completamente en blanco. Un libro sin título, sin imágenes en la tapa, sin sinopsis en su contraportada, y principalmente, sin el nombre de ningúnx autorx. El único dato disponible es su sello editorial – Seix Barral, que depende del Grupo Planeta – y el ISBN, es decir, el código único e irrepetible que identifica a cada libro publicado.
Si bien esta debe ser una de las pocas ocasiones – por no decir la única – que un libro se publica sin título, no es la única vez en que se distribuye sin datos de autor. En el pasado, grandes obras de la literatura universal fueron publicadas de forma anónima. Tal es el caso, por ejemplo, de El lazarillo de Tormes, cuya autoría se ha debatido durante siglos entre Mateo Alemán, Diego Hurtado de Mendoza, y otros intelectuales ibéricos. También recurrimos a la figura del ‘anónimo’ cuando estamos ante textos de larga tradición oral, como lo son Las mil y una noches o El cantar del Mio Cid. En ambos casos, se trata de relatos que han pasado de generación en generación de boca en boca, por lo tanto resulta imposible identificar quién ha sido su creadorx original. De esta manera, si bien existe unx compiladorx definitivx, lo cierto es que son creaciones colectivas que pertenecen a todxs al mismo tiempo, por lo tanto se las denomina anónimas.

A su vez, el anonimato ha ayudado a muchxs autorxs perseguidos a lo largo de la historia a poder publicar sus textos sorteando la censura de regímenes totalitarios – así circularon muchos de los ensayos críticos de lxs intelectuales argentinxs durante la última dictadura cívico-militar-. Tampoco han faltado las oportunidades en donde, distintxs escritores, se han refugiado bajo la falsa identidad de un seudónimo, por ejemplo a causa de la brecha de género – J. K. Rowlling sabía que sería más sencillo que su libro fuese publicado por las editoriales si desconocían que era mujer; por lo tanto decidió presentar solo sus iniciales para ser tomada como hombre. Incluso un seudónimo puede fusionar el talento de dos o más escritores, como lo fue Honorio Bustos Domecq, encarnado por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares; o bien el Premio Planeta 2021 que fue otorgado a Carmen Mola, siendo este el nombre ficticio que engloba a Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero, tres autores varones oriundos de España.

No obstante, este no es el caso de este libro sin nombre y sin portada. Se trata más bien de una fuerte apuesta editorial que invita a lxs lectorxs a tener una “cita a ciegas” con un libro. Lo cierto es que vivimos en un mundo sobrecargado de datos e imágenes, en donde la falta de información nos resulta extraña y hasta incómoda. Constituye un verdadero desafío decidirse por comprar un libro del que no tenemos ninguna especificación: no sabemos quién lo ha escrito, no podemos guiarnos por su diseño externo y no podemos leer de qué se trata. Al comenzar a leer sus primeras páginas intuimos que es una novela probablemente de suspenso, sin embargo, no es posible deducir ningún otro dato.
En palabras de lxs responsablxs editoriales, la propuesta invita a crear un pacto íntimo de confianza entre quienes deciden pagar por un libro del que no conocen casi ningún dato de antemano. El objetivo es alterar la forma tradicional de experimentar la producción, distribución y consumo literario. El desafío invita a dejarse llevar, abandonando las primeras impresiones materiales, y concentrándose en el contenido. Los libreros de todo el país, recibieron esta novedad con una carta firmada por el equipo de Planeta, en donde se extendía la invitación no solo a conocer la propuesta sino también a venderla y mostrársela a lxs clientes – y posibles futurxs lectores-. Cabe destacar que quienes trabajan en las librerías tampoco conocen la verdadera identidad del autorx de la obra, lo cual lx convierte en un verdadero misterio.
El libro puede pedirse como libro U G D – el motivo de las siglas se revela durante la lectura, aunque al comienzo no hace más que acrecentar la intriga – o simplemente como el “libro sin nombre» en las distintas librerías del país. Hechos como estos nos permiten repensarnos, al menos por un momento, las nociones de autoría, nombre y firma. Al mismo tiempo aumenta el sentimiento de pertenencia entre quienes realmente se animen a formar parte de la experiencia, no solo comprando y leyendo un libro sin ningún dato a la vista, sino también guardando el secreto sobre su contenido e invitando a otrxs lectores a formar parte de esta comunidad.