El racismo margina, denigra, naturaliza y mata. En Estados Unidos, en Chaco, en cualquier villa, en la esquina de tu casa. El machismo también margina, denigra, naturaliza y mata. En el trabajo, en la cancha de fútbol, en la casa del vecino, en la sobremesa familiar.
Como mujer nacida en Nigeria, y africana residente en Norteamérica, Chimamanda Ngozi Adichie es consciente de los estigmas arraigados en los imaginarios socioculturales. Quizás por eso, desde su faceta de escritora, abandona la resignación y se aleja de la complicidad, abordando temáticas tales como el sexismo, la inmigración, la problemática racial y el feminismo. Así, desde la experiencia personal, analiza la hegemonía histórica del hombre blanco occidental y la construcción de discursos que respaldan el silenciamiento, la invisibilización, la negación, la discriminación, la subordinación, la cosificación, la explotación, y hasta la propia muerte de la población negra y femenina. Una trayectoria literaria que busca desmantelar las redes de clasificación binarias, opresivas y denigrantes que sitúan a la mujer negra en el estrato social más bajo.
“Género y clase son diversas formas de opresión. He aprendido bastante sobre sistemas de opresión y cómo pueden ser ciegos. Una vez, hablando con un hombre negro sobre género, me dijo “¿Por qué tienes que decir ‘mi experiencia como mujer´?¿Por qué no puedes decir ‘mi experiencia como ser humano’?” Ahora bien, era el mismo hombre que hablaba a menudo de su experiencia como un hombre negro (…) Color y género son formas de experimentar el mundo. Pero eso se puede cambiar.
Chimamanda ha sido criada en una cultura que piensa que las mujeres son culpables de todo. Y que, por eso, deben callar y acatar. Ha residido, posteriormente, en un país que, a lo largo de la historia, ha señalado a los negros como subversivos por su color de piel. Una doble carga se posa sobre su persona, entonces, desde la perspectiva jerárquica del poder blanco y masculino: el color y el género, cada cual con sus prescripciones y expectativas. Lejos de aceptarlo y propagarlo, Chimamanda levanta con orgullo las banderas del feminismo y la negridad: “En algún momento, fui la feliz feminista africana. La que no odia a los hombres, a quien le gusta el brillo de labios y usa tacones por sí misma.”
Desde 2003, se propone exponer y denunciar la configuración de estereotipos raciales y genéricos. Todos deberíamos ser feministas fue su primer ensayo, adaptado luego al formato de charla TEDx. Americanah, su primera novela, que devino en serie y best-seller. Y Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo en formato epistolar para cerrar esa prolífica producción literaria que reivindica la formación en la igualdad y el respeto, sobre todo en lo referente a los orígenes, la cultura y el feminismo. Todos espacios de lucha en los que Chimamanda no duda en participar.
Según Pierre Bourdieu, la violencia simbólica es un elemento central para entender la relación asimétrica entre dominador y dominado, dado que el primero ejerce su poder de forma indirecta, sometiendo al segundo, que no es consciente de dichas prácticas en su contra. Esta violencia está, por lo tanto, interiorizada y naturalizada. Lo interesante de Chiamamanda Ngozi Adichie radica, entonces, ahí, en el punto donde desafía esa violencia, cuestionando lo que parecía incuestionable, desenmascarando estereotipos, mirando directo a los ojos a quienes la estigmatizan como mujer negra y nigeriana. Y siempre bajo la premisa de que una cosa es saberlo intelectualmente, y otra sentirlo emocionalmente. En Chiamamanda confluyen ambas por el simple hecho de que ella fue, es y será ambas: una verdadera “feliz feminista africana”.
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