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Black Christmas: lo que amenaza desde el interior

Una residencia universitaria surge imponente en medio del frío áspero de la noche,  frente a la pantalla. Lo que atenta desde lo externo, camuflado con melodías navideñas y la calidez del hogar juvenil, se vuelve la extensión de aquello que verdaderamente irrumpe y amenaza desde el interior a la protagonista de este slasher setentero.

Black Christmas (Bob Clark, 1974) abre su argumento en plena noche de festejo navideño, con el recurso de la cámara en mano, con visión subjetiva y respiración agitada. Alguien merodea en las afueras de la hermandad de mujeres en una insistente labor voyerista a través de los amplios ventanales decorados de una felicidad que sabe a poco y dura nada.

La amenaza desconocida no tiene acceso a lo privado si no es mediante una irrupción sigilosa a través de un altillo olvidado en la penumbra. Mientras en el interior de la vivienda abundan las risas distendidas y el calor de chimenea con whisky de por medio, presenciamos el primero de los interminables llamados telefónicos cargados de misoginia que aparecerán a lo largo del largometraje.

Black Christmas pasea por la idea de maternidad de una manera implícita y algo burda. No existen madres, sino sus truncas representaciones que aparecen fuera del arquetipo social o contextualmente clásico de la época. La única representación directa de una madre, y puntualmente la única que oscila a serlo, es la matriarca encargada al cuidado y bienestar de las estudiantes, pero toda la responsabilidad que se le atribuye es la de menguar su vicio por el alcohol oculta en cada recoveco de la residencia. En este slasher, las pinceladas capaces de dar forma a la figura materna estereotipada se diluyen hacia una visión “en picada” en relación con lo que se espera de ella, desarraigada de los mandatos impuestos, desligando a las jóvenes mismas su propio cuidado.

Desplazando del eje central aquella imagen diluida del modelo femenino/materno “clásico” —impuesto y atravesado por los años previos a la segunda ola feminista de los 60— el argumento abre paso y pone énfasis la posibilidad de un nuevo modelo disruptivo: la figura de una mujer joven dispuesta a tomar y seguir sus propias riendas en las decisiones frente a los acontecimientos que atraviesan su vida. 

Entre el grupo de estudiantes hay una que destaca: Jess Bradford (Olivia Hussey), la única del séquito femenino de la que sabemos algo de su historia, lo que desea —o lo que no— y ante qué se niega; cuestiones que la posicionan como una Final girl particular, una no impoluta en parámetros de conceptos o ideales preexistentes de la mujer clásica y que no lleva en sus planes el hecho de convertirse en madre, abrazando la decisión de abortar. 

Durante los insistentes acosos telefónicos provenientes del interior de la residencia, Jess Bradford se convierte en la principal receptora de la carga misógina de los mensajes respecto a los cuerpos femeninos, mensajes que a medida que avanza la película se complementan a modo de analogía entre la figura de la amenaza, acosador y antagonista, y la situación personal que atraviesa la protagonista con su embarazo. Esta irrupción a lo privado de la residencia funciona y se resignifica como la extensión de la amenaza ante los deseos y objetivos de la mujer protagonista. Billy es aquello desconocido en representación de lo que atenta y amenaza desde el interior de Jess Bradford, el bebé en su vientre; la amenaza de ser una madre clásica, la amenaza en la residencia como símbolo de construcción de familia. 

Black Christmas busca, a través de la mujer protagonista, resistir a todos los parámetros explícitos y metafóricos referidos a lo familiar: la idea del matrimonio impuesta por el novio de Jess se erradica priorizando la no renuncia del deseo de la figura femenina independiente, atentado por el fantasma de la maternidad y la institución familiar.

No hay promesas ni anhelos que hagan cambiar de elección a la joven mujer que afronta y lleva consigo la clara decisión de un aborto próximo, el cual funciona como fuerte indicio de este modelo disruptivo de mujer que sigue y baraja sus prioridades por sí sola en la construcción de un futuro moldeado bajo sus propias elecciones, cambios y decisiones. Aunque, de todas formas, la amenaza no tenga culminación.

Más allá de la impronta decidida que adopta la nueva mujer, el invasor de lo privado, o la extensión metafórica de la amenaza, continúa latente, expectante y escabullido en la oscuridad del ático, moviéndose por los espacios íntimos de la residencia encargado de marcar cierta idea de las consecuencias y castigos en base a las decisiones de la protagonista respecto a su vida, cuerpo y rupturas sobre lo canónico: navidad y toda su carga simbólica, una maternidad no deseante y el aborto compartiendo mismo espacio —y mismo techo— dentro del argumento, lo que acentúa la critica ante la posición de la mirada religiosa sobre dichos tópicos.

Los diferentes lineamientos que entrecruzan y forjan la diégesis de Black Christmas, se resignifican en el contexto de un slasher navideño donde la posibilidad de un nuevo modelo disruptivo femenino toma lugar en la narrativa, ajeno a un ideal materno, buscador de sus deseos y rehusado a la fórmula matrimonial. Modelo perseguido y amenazado por una figura subjetiva, sin rostro, posicionada como un fragmento de una mirada social conservadora de aquellos años que sigue y atenta contra la nueva mujer, incluso, hasta el final.

Mirá el tráiler:

Autor

davidjuanjosepasos

Estudiante de la licenciatura en Artes Audiovisuales en la Universidad Nacional de las Artes. Guionista, cuentista y redactor.

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